Había una vez un conejo feliz. Brillaba corriendo. Era rápido, ágil y entusiasta. Pero un día entró a una escuela donde, además de correr, tenía que nadar, trepar y volar. Y ahí comenzó el problema.
No porque aprender esté mal, sino porque empezó a vivir centrado en lo que no sabía hacer. Perdió la alegría. Lo sacaron del agua con las orejas, le quitaron las clases donde destacaba y le duplicaron las que lo hacían sufrir. ¿El resultado? Un talento apagado.
Eso pasa también en las organizaciones. Queremos formar equipos fuertes… y terminamos corrigiendo debilidades en lugar de potenciar fortalezas.
Imagina lo diferente que sería si cada persona pudiera enfocarse en lo que naturalmente hace bien. Si en vez de pedirle a un pez que trepe un árbol, lo dejáramos nadar y ser extraordinario en lo suyo. La motivación, el desempeño y el crecimiento se multiplican cuando dejamos de intentar que todos encajen en el mismo molde.
Porque un talento desarrollado no es el que aprende todo, sino el que se enfoca en lo que lo hace único.
EL RETO DE LA SEMANA
Mira a tu equipo. ¿Estás creando un entorno donde cada uno pueda correr, nadar o volar según su naturaleza? ¿Y tú? ¿Estás cultivando tus fortalezas para brillar o apagando lentamente tus talentos?
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